Thursday, May 8, 2025

Recuerdos de la Comunicación

 Recuerdos

-Los libros de Tomasito. Año: 2008

-Mi papá me grababa los planeta gol y yo los veía la mañana siguiente. Año: 2010

-Leer Dailan Kifki en primer grado. Año: 2011

-Los libros Gol. Año: 2011

-Comprar la revista Tiki Tiki cada dos semanas. Año: 2012

-Comprar la guía de olé antes de cada torneo. Año: 2013

-El cuento que tuve que escribir en el colegio sobre el mundial 2014. Año: 2014

-El libro de Ciencias Sociales con la Asamblea del año XIII en sexto grado. Año: 2016





Comprar la Tiki Tiki cada 15 días

Cada dos semanas salía la Tiki Tiki. Me sonaba de nombre, hasta que un día, no sé por qué me la compraron. Si no me equivoco, fue la edición 92. O por ahí. No mucho antes de la 100. Y si no le falla la memoria también, llegué como hasta la 200. Fueron años seguidos donde cada dos semanas la compraba siempre. Decenas de pósteres, y juegos de mesas u otras cosas que venían cada tanto. Tuve pósteres de un montón de equipos y jugadores, sin necesidad de sentir un real fanatismo por el club o el jugador. Simplemente porque me gustaba el póster. Además, cualquier cosa de San Lorenzo la atesoraba. Entre los objetos, recuerdo un juego del estilo “juego de la vida”, rompecabezas. Todavía tengo guardados banderines o vasos que venían con la revista. Una vez mandé un dibujo pero nunca salió en la sección de dibujos de fanáticos. Salía los viernes, aunque a veces me la compraban los sábados. El kiosquero de Espinoza y Rivadavia me la reservaba. Mi papá le pagaba con monedas porque decía que al kiosquero le servían. 


El cuento que escribí en el colegio sobre el Mundial 2014

Era un concurso de toda la primaria, creo. O al menos me acuerdo que los ganadores recibieron su premio luego de un acto escolar de primaria. Por eso mi suposición. Mi cuento trataba de que la pelota que se iba a usar en la final estaba triste en la previa al partido porque los equipos que iban a jugar eran muy violentos con ella. No recuerdo haberlo vivido como una oportunidad especial en la previa a escribirlo, pero de todas formas me esforcé por hacer un buen cuento. Mi maestra me dijo que ella tuvo que leer muchos (no sé si los 40 del curso o más de otras clases) y que el mío era de sus favoritos. Que para ella yo merecía ganar. Lo tomé muy bien. No me frustró, porque no pensé en ganar cuando lo escribí. Pero me sentí muy elogiado. Recuerdo también que había que poner un seudónimo. Me molesta no saber cuál puse. Sí que un chico que ganó, varios años más grande, su seudónimo fue “el macanudo de Liniers”, según lo dijeron en la entrega de premios. Me acuerdo porque nos causó mucha gracia y lo recordamos durante un tiempo.



Ver a la mañana Planeta Gol porque en la tele salía muy tarde


Los miércoles a la mañana, cuando yo tenía entre 5 y 7 años aproximadamente, desayunaba en el sillón enfrente de la televisión. Mi papá el martes a las 23 grababa Planeta Gol, un programa sobre fútbol que salía por TyC Sports. Yo me dormía muy temprano así que no lo veía en vivo. Pero todos los miércoles podía ver la grabación. Una vez, en la sección de “patadas”, un jugador se lesionó de gravedad. Mi papá me dijo que al ser jugador de fútbol uno puede terminar así, y desde ahí dejé de querer ser jugador de fútbol y pasé a querer ser periodista deportivo. Todos mis recuerdos de eso son en el living de la casa en la que viví hasta los 8 años. Así que, a pesar de no saber exactamente la época en la que hacía eso, estoy seguro que no fue con más de 7 años.



Los libros “Gol”


Mi papá me había comprado un libro que se titulaba “1.000 datos locos del fútbol”. Me había encantado. Un día dijo que iba a buscar si había uno parecido, del fútbol o de los Juegos Olímpicos. Pero a la vuelta, me trajo uno que era una cuento. Una historia ficticia de una final de un torneo amateur. De todas formas me encantó. Y descubrimos que era el quinto libro de la saga. Claro, por eso nombraban a personajes con total naturalidad y yo no sabía quiénes eran. Trataba de un equipo de barrio de niños, que sucedía en Madrid. A partir de eso, comenzamos a buscar los previos, y después los que seguían. Cada tanto iba a una librería y veía que llegaba uno más nuevo. Otros amigos míos también lo leían. Me acuerdo que lo hablábamos mucho. Al final, llegué hasta el número 22. Sé por Internet que hay muchos más, pero nunca ví ninguno más en librerías. Al final, también por esos años, me regalaron también el libro de “1.000 datos locos de los Juegos Olímpicos”.



Dailan Kifki 


Teníamos que usar un libro para aprender a leer en primer grado. En realidad, yo ya había aprendido a leer cuando estaba en jardín. Pero me ayudó mucho a perfeccionarlo. No recuerdo cómo llegué a ese libro, pero fue el que usé. Ortega, un viejo maestro que ya no era titular de ningún curso, era el encargado de enseñarnos a leer. Leíamos un segmento del libro cada un par de días y él anotaba cuánto leíamos en una especie de señalador. Recuerdo que yo era el segundo más avanzado, atrás de Pilar, hasta que me enfermé y falté casi una semana. Además de ese libro, me acuerdo también del Silabario, para aprender el abecedario y las letras. También estaba el cuadernillo de caligrafía, aunque cualquiera que lea mi cuaderno de la facultad sabe que no adquirí la habilidad de la prolijidad.


Friday, May 2, 2025

Recuerdos de la comunicación y literatura

Comprar la Tiki Tiki cada 15 días

Cada dos semanas salía la Tiki Tiki. Me sonaba de nombre, hasta que un día, no sé por qué me la compraron. Si no me equivoco, fue la 92. O por ahí. No mucho antes de la 100. Y si no le falla la memoria también, llegué como hasta la 200. Fueron años. Decenas de pósteres, y juegos de mesas u otras cosas que venían cada tanto. Una vez mandé un dibujo pero nunca salió en la sección de dibujos de fanáticos. Salía los viernes, aunque a veces me la compraban los sábados. El kiosquero de Espinoza y Rivadavia me la reservaba. Mi papá le pagaba con monedas porque decía que al kiosquero le servían. 


El cuento que escribí en el colegio sobre el Mundial 2014

Era un concurso de toda la primaria, creo. O al menos me acuerdo que los ganadores recibieron su premio luego de un acto escolar de primaria. Por eso mi suposición. Mi cuento trataba de que la pelota que se iba a usar en la final estaba triste en la previa al partido porque los equipos que iban a jugar eran muy violentos con ella. No recuerdo haberlo vivido como una oportunidad especial, pero de todas formas me esforcé por hacer un buen cuento. Mi maestra me dijo que ella tuvo que leer muchos (no sé si los 40 del curso o más de otras clases) y que el mío era de sus favoritos. Que para ella yo merecía ganar. Lo tomé muy bien. No me frustró, porque no pensé en ganar cuando lo escribí. Pero me sentí muy elogiado. Recuerdo también que había que poner un seudónimo. Me molesta no saber cuál puse. Sí que un chico que ganó, varios años más grande, su seudónimo fue “el macanudo de Liniers”, según lo dijeron en la entrega de premios. Me acuerdo porque nos causó mucha gracia y lo recordamos durante un tiempo.



Ver a la mañana Planeta Gol porque en la tele salía muy tarde


Los miércoles a la mañana, cuando yo tenía 6 y 7 años aproximadamente, desayunaba en el sillón enfrente de la televisión. Mi papá el martes a las 23 grababa Planeta Gol, un programa sobre fútbol que salía por TyC Sports. Yo me dormía muy temprano así que no lo veía en vivo. Pero todos los miércoles podía ver la grabación. Una vez, en la sección de “patadas”, un jugador se lesionó de gravedad. Mi papá me dijo que al ser jugador de fútbol uno puede terminar así, y desde ahí dejé de querer ser jugador de fútbol y pasé a querer ser periodista deportivo.



Los libros “Gol”


Mi papá me había comprado un libro que se titulaba “1.000 datos locos del fútbol”. Me había encantado. Un día dijo que iba a buscar si había uno parecido, del fútbol o de los Juegos Olímpicos. Pero a la vuelta, me trajo uno que era una historia. Una historia ficticia de una final de un torneo amateur. De todas formas me encantó. Y descubrimos que era el quinto libro de la saga. A partir de eso, comenzamos a buscar los previos, y después los que seguían. Cada tanto iba a una librería y veía llegado uno más nuevo. Al final, llegué hasta el número 22. Sé por Internet que hay muchos más, pero nunca ví ninguno más en librerías.



Dailan Kifki 


Teníamos que usar un libro para aprender a leer en primer grado. En realidad, yo ya sabía en jardín. Pero me ayudó mucho a perfeccionarlo. No recuerdo cómo llegué a ese libro, pero fue el que usé. Ortega, un viejo maestro que ya no era titular de ningún curso, era el encargado de enseñarnos a leer. Le leíamos un segmento del libro y él anotaba cuánto leíamos en una especie de señalador. Recuerdo que yo era el segundo más avanzado, atrás de Pilar, hasta que me enfermé y falté casi una semana.


Carta a El Gato con Botas

Hola, Gato querido. Me alegró mucho recibir una carta tuya. Espero que andes bien en Muy Muy Lejano. Me honra tu invitación, no lo puedo negar. Y te agradezco por eso. Pero no va a ser posible, perdoname. 
Entiendo tu causa y te acompaño en el sentimiento, pero en este momento estoy con otras cosas en mi vida como para viajar hasta allá y acompañarte. Ojalá no te lo tomes mal, pero es así. Estoy a punto de volver a mi Argentina a trabajar de director técnico, y me voy a enfocar en eso. Es como si antes de la final del mundial del 86 me llamasen de Noruega para jugar un amistoso. No es el momento adecuado para tu aventura. Espero puedas comprender. Además, valoro tu humildad pero no te subestimes tanto. Vos sabés que esos ogros son muy lentos para adivinar tus pasos. Así que confío que podrás lograr tu cometido sin mí.
Te deseo el mayor de los éxitos en la lucha. Y te apoyo a la distancia. Te lo repito, estoy seguro de que podrás vencerlos sin mayor dificultades. Los ogros son tan inteligentes que viven en un pantano. Así que dale para adelante. Sin miedo.
Que seas muy feliz Gato, y que ayudes a la gente que lo necesita. 

Abrazo enorme, de Diego.


Carta a Bella

Hola Bella, ¿cómo andás? Te habla Diego Armando Maradona, supongo que sabés quién soy.  Te escribo porque te vi el otro día en el cine y me flechaste el corazón, pero no con una flecha. Se sintió como si me hubiesen clavado un ancla. Un peso en el corazón con el que no puedo seguir viviendo sin solucionarlo. Por eso te escribo. Viéndote me dio la impresión de que te merecés algo mejor que esa bestia. De verdad te lo digo, reina. O princesa, como gustes. Y yo soy eso que merecés. Un hombre de verdad, no una bestia horrible. No te voy a negar que sea una excelente persona (“persona”), pero dale, sabés a lo que me refiero. Decime que tengo que hacer; te aseguro que lo hago. Yo soy así. Conseguiría lo imposible por estar con vos. Me volviste loco. 
Si no lo tomás a mal, me gustaría invitarte a que nos encontráramos, donde vos gustes. No quiero incomodarte ni nada, solo quiero una oportunidad. Vas a ver que la voy a aprovechar. Vos poné el lugar y la fecha, y yo voy. Donde sea. Sabés (y si no sabes, te anticipo) que yo voy para adelante siempre. No importa qué obstáculos haya en el medio, yo voy a intentar estar con vos. Como en el 86, cuando agarré la pelota y arranqué a ir para adelante, no me asustaron todos los ingleses que había. Ahora no me asusta esa bestia que tenés al lado, ni tu familia ni nada. Voy a ir para adelante, hacia vos. Por el fútbol ya recorrí los 6 continentes, decenas de países y miles de ciudades. Un viaje hacia tu castillo lo haría con gusto.
No quiero molestarte más. Espero tu respuesta. Ojalá que seas muy feliz. Con cariño, Diego Armando Maradona.

Microcuentos

 Microcuento 1:


Volvía a tener toda la calle por delante. Como hace un rato, pero ahora del otro lado. Y hace un rato iba con la tranquilidad que transmite la calle. Intransitada, con poca luz, empedrada. La calle sigue siendo la misma. El que no está calmado soy yo. No me interesa mirar atrás, me interesa correr. Huir, lejos. A mi casa. Pero si tengo que ir más lejos para estar a salvo, lo haré. No sé qué o quién me sigue, si es que algo o alguien lo hace. Mientras corro, veo los edificios a los costados. Los mismos por los que pasé hace unos minutos. Pero ahora siento qué hay gente que me mira. Que me vieron caminando tranquilo, que me vieron colándome en alguna casa, y que ahora me ven volver corriendo asustado. Como también siento que me persiguen, pero no me interesa comprobarlo. Elijo huir. Cuando esté a salvo veré cuál es mi situación. Pero claro, para eso debo llegar a estar a salvo. No sé si llegaré. Todavía lo veo lejano. Por las dudas, voy a seguir corriendo.



Microcuento 2:


Caminaba por la calle muy tranquilo. No había nadie más en un radio de 3 cuadras. Y no era la primera noche que salía a hacer ese paseo. Cuando llega a la tercera intersección, recuerda el arreglo que estaban haciendo en medio de la calle, cortando el camino. De la mano izquierda, había una casa muy grande, a la cuál podía colarse al jardín, saltar un paredón hacia la casa colindante, y de ahí salir al otro lado de la construcción y reencontrarse con la calle. Eso hace. Cuando cayó al otro lado del arreglo, después de saltar desde la reja de la segunda casa, sintió que se le congelaron los pies. Miró y se dio cuenta de que no tenía zapatillas. Espió a través de la reja, pero tampoco estaban del otro lado. Normal, si cuando saltó todavía las llevaba puestas. No estaban en ningún lado. No sabía si volver, si seguir su paseo o si buscar las zapatillas. En la casa de la cual saltó no parecía haber nadie. Pero no por abandonada, sino porque era 24 de enero, y era una posibilidad de que estuviesen de vacaciones. Le ganó el miedo del mal estado de la calle y la posibilidad de que se lastime el pie si volvía caminando. Trepó la reja y ya estaba en la puerta de la casa. Casi 100% confirmado, no había nadie. Lo primero que se le ocurrió fue trepar a un árbol y de allí saltar al techo del garage, e intentar entrar por una ventana. Eso hace. Y es lo último que recuerda cuando despierta sentado con los ojos vendados.



Microcuento 3:


Entró al museo para despejarse. Le quedaba de paso a su casa y no quería llegar. Entró apurado, compró la entrada y buscó un salón donde no haya nadie. Lo encontró. Se quedó viendo un cuadro. En un momento, miró al personaje central. Lo miró con atención en cada detalle. Pasó a mirar el paisaje. Lo miró atentamente también. En un instante, volvió la mirada al personaje, y luego volvió al paisaje. Pero después regresó al personaje, porque hubo algo que le llamó la atención. Los ojos del personaje no estaban mirando hacia abajo, sino que lo miraban a él. Se aterró. Volvió con la mirada hacia el paisaje, y luego de vuelta al personaje. Otra vez, lo miraba a él. Se alejó hacia la derecha, hacia el otro cuadro. Lo seguía mirando. Giró la cabeza hacia el frente, y en el cuadro que tenía adelante los 3 personajes lo miraban a los ojos. Se aterró una vez más. Quiso gritar pero no podía, estaba en un museo. En el lugar, rotó su cabeza hacia la derecha, y los nueve personajes de los cuatro cuadros de la pared que se encuentra a 5 metros lo miraban. Se dio vuelta para encarar la salida de la sala, y allí se encontraban decenas de personas mirándolo. Ahora sí gritó. O lo intentó a menos. No le salió, como si le hubiesen cortado la voz. Decidió huir. Corrió directamente hacia la salida de la sala y del museo, llevándose puesto a dos miembros del pelotón. Ni los sintió. Siguió corriendo, como nunca en su vida. No se sabe hasta dónde. Fue imposible seguirlo con la mirada.


24/3

 Nunca una persona puede desaparecer.

Nunca se puede destruir la industria nacional.

Nunca se debe censurar o exiliar artistas.

Nunca la violencia se responde con más violencia.

Nunca un Estado que representa al país puede atentar contra sus ciudadanos.

Nunca se debe obedecer a un país extranjero en perjuicio de la propia patria.

Nunca se puede justificar o relativizar el terrorismo de Estado.

Nunca debió haber pasado. Pero pasó.

Por eso, lo que podemos decir es: que no pase Nunca Más.


Cuento a partir del sueño

Todavía estaba aprendiendo a utilizar esa gran máquina. Siempre que podía ver a alguien en ejercicio, miraba atentamente para entender sus movimientos e implementarlos. Ese día yo estaba en el auto de la autoescuela y con el profesor que tuve siempre, pero no estábamos haciendo el recorrido típico. Solíamos ir por Boedo, y ese día estábamos en Avenida Castañares, cerca de los límites entre Flores y Villa Soldati. Supongo que ese fue el primer indicio de que algo no estaba bien. 
En una curva, hubo algo que tampoco estuvo bien. Creo que no puso el guiño. Se lo marqué. Y ahí fue cuando explotó. Giró su cabeza hacia mí e inclinó su cuerpo, aunque menos de lo que yo sentía. Pero en su expresión facial se hacía notar la violencia. Me gritaba, enfurecido. No sé qué. No lo pude escuchar, estaba mirando sus ojos. Esos ojos que no eran de él. No era mi profesor de autoescuela. Yo sabía quién era, y a la vez no. Esos ojos ya los había visto. Pero, ¿cuándo? No sé cuánto tiempo fue en realidad; yo lo sentí como un instante eterno en el que me sumergí en todos los recuerdos de mi vida. Mientras me gritaba y movía la cabeza (porque las manos seguían al volante), yo veía sus ojos y recordaba mi vida. Intentaba ir por cada momento grabado en mi memoria, y revisar si esos ojos pertenecían a ese recuerdo. Pero nada. No supe de dónde venía. ¿Acaso era un momento de mis primeros años de vida, donde no recuerdo la situación pero sí el sentimiento?
No fue un escalofrío lo que recorrió mi cuerpo; directamente quedé congelado. Ni un solo movimiento, solo la vista fija en esos ojos enfurecidos que me transportaban a vaya saber dónde. El momento de tensión y enojo pasó, para el chofer. Yo no sé bien cuánto duró, ni qué pasó después. Creo que pude seguir mi vida más o menos normalmente, aunque sólo pensaba en averiguar de dónde venían esos ojos que me angustiaron. Pero la vida siguió. Creo que ese día no manejé. Por suerte aprendo rápido.

Autobiografía

Mis primeros recuerdos son con aproximadamente 4 o 5 años. Siempre hacía lo mismo: agarraba la computadora de mis padres, abría YouTube, y reproducía “Arde la Ciudad” y “Calavera” de La Mancha de Rolando. Siempre esas canciones, siempre en ese orden, siempre el video oficial. Fueron las primeras que me mostró mi papá, al menos que recuerde. Las siguientes, poco tiempo después, fueron varias de León Gieco. Hoy solamente recuerdo una llamada “Hoy Bailaré”. La primera canción que recuerdo acordarme de memoria fue Wavin Flag, la canción del mundial 2010. También aprendí “Se Me Ha Perdido Un Corazón” de Gilda y “Por Qué Te Vas” de Jeanette, aunque con la letra de la hinchada de San Lorenzo, que una alumna de mi papá la transcribió y me la regaló. 
Toda la música que escuchaba en ese tiempo me llegaba a través de mis viejos. La primera vez que llegué a una canción que me guste por iniciativa propia fue en 2014. Ese año estaba de moda una canción llamada “Adrenalina”. Un reggaeton. Esa canción me hizo entrar en el mundo del reggaeton, aunque las letras no fueran para un niño de 10 años. Mi padre me regaló un pendrive, y a través del Ares le fui agregando temas. El pendrive lo usaba en el auto o en una grabadora que me regalaron también. En el 2015, me compré el (hasta ahora) único CD que tuve, del disco “Los Vaqueros: La Trilogía”, de Wisin, un reggaetonero puertorriqueño, autor también de Adrenalina.
Durante un tiempo, lo único que escuchaba era reggaeton. Hasta que eso cambió. A principios de 2017, un amigo me habló de una competencia de batallas de rap que se hacía en el Parque Rivadavia, en nuestro barrio. Otro hecho que cambió mi vida. Me metí en el mundo del Quinto Escalón y, posteriormente, de los raperos surgidos de ahí que empezaban su carrera musical haciendo trap, como Duki o YSY A. A pesar de que me gustaban las batallas de rap, no escuchaba rap propiamente dicho. Eso fue cambiando a partir de 2021, hasta destronar al trap como mi género más escuchado. En 2021 fui a mi primer concierto en el Luna Park, pero en 2023 fue cuando se me convirtió en un hábito. Desde allí pude conocer estadios como el de River, el de Ferro u Obras, y teatros como Niceto, Vorterix o Teatro Flores, entre muchos otros.
También ese año hice una apertura o un regreso a otros géneros, ampliando mi colección de Spotify. Así, por ejemplo, volví a escuchar mucho rock nacional o reggaeton viejo, como también empecé a consumir rap de Estados Unidos y de otros países hispanos. 


Secreto Familiar

Corría el año 2011. O recién arrancaba, mejor dicho. Era enero, segunda quincena de enero. Plena temporada. Como siempre, veraneamos en Neco...