Todavía estaba aprendiendo a utilizar esa gran máquina. Siempre que podía ver a alguien en ejercicio, miraba atentamente para entender sus movimientos e implementarlos. Ese día yo estaba en el auto de la autoescuela y con el profesor que tuve siempre, pero no estábamos haciendo el recorrido típico. Solíamos ir por Boedo, y ese día estábamos en Avenida Castañares, cerca de los límites entre Flores y Villa Soldati. Supongo que ese fue el primer indicio de que algo no estaba bien.
En una curva, hubo algo que tampoco estuvo bien. Creo que no puso el guiño. Se lo marqué. Y ahí fue cuando explotó. Giró su cabeza hacia mí e inclinó su cuerpo, aunque menos de lo que yo sentía. Pero en su expresión facial se hacía notar la violencia. Me gritaba, enfurecido. No sé qué. No lo pude escuchar, estaba mirando sus ojos. Esos ojos que no eran de él. No era mi profesor de autoescuela. Yo sabía quién era, y a la vez no. Esos ojos ya los había visto. Pero, ¿cuándo? No sé cuánto tiempo fue en realidad; yo lo sentí como un instante eterno en el que me sumergí en todos los recuerdos de mi vida. Mientras me gritaba y movía la cabeza (porque las manos seguían al volante), yo veía sus ojos y recordaba mi vida. Intentaba ir por cada momento grabado en mi memoria, y revisar si esos ojos pertenecían a ese recuerdo. Pero nada. No supe de dónde venía. ¿Acaso era un momento de mis primeros años de vida, donde no recuerdo la situación pero sí el sentimiento?
No fue un escalofrío lo que recorrió mi cuerpo; directamente quedé congelado. Ni un solo movimiento, solo la vista fija en esos ojos enfurecidos que me transportaban a vaya saber dónde. El momento de tensión y enojo pasó, para el chofer. Yo no sé bien cuánto duró, ni qué pasó después. Creo que pude seguir mi vida más o menos normalmente, aunque sólo pensaba en averiguar de dónde venían esos ojos que me angustiaron. Pero la vida siguió. Creo que ese día no manejé. Por suerte aprendo rápido.
En una curva, hubo algo que tampoco estuvo bien. Creo que no puso el guiño. Se lo marqué. Y ahí fue cuando explotó. Giró su cabeza hacia mí e inclinó su cuerpo, aunque menos de lo que yo sentía. Pero en su expresión facial se hacía notar la violencia. Me gritaba, enfurecido. No sé qué. No lo pude escuchar, estaba mirando sus ojos. Esos ojos que no eran de él. No era mi profesor de autoescuela. Yo sabía quién era, y a la vez no. Esos ojos ya los había visto. Pero, ¿cuándo? No sé cuánto tiempo fue en realidad; yo lo sentí como un instante eterno en el que me sumergí en todos los recuerdos de mi vida. Mientras me gritaba y movía la cabeza (porque las manos seguían al volante), yo veía sus ojos y recordaba mi vida. Intentaba ir por cada momento grabado en mi memoria, y revisar si esos ojos pertenecían a ese recuerdo. Pero nada. No supe de dónde venía. ¿Acaso era un momento de mis primeros años de vida, donde no recuerdo la situación pero sí el sentimiento?
No fue un escalofrío lo que recorrió mi cuerpo; directamente quedé congelado. Ni un solo movimiento, solo la vista fija en esos ojos enfurecidos que me transportaban a vaya saber dónde. El momento de tensión y enojo pasó, para el chofer. Yo no sé bien cuánto duró, ni qué pasó después. Creo que pude seguir mi vida más o menos normalmente, aunque sólo pensaba en averiguar de dónde venían esos ojos que me angustiaron. Pero la vida siguió. Creo que ese día no manejé. Por suerte aprendo rápido.
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